El conductor del autobús.
Hoy te voy a plantear un reto ¿superarías la prueba del «conductor del autobús»?
Partamos de la base de que eres una persona formal y educada (si no es tu caso, ya puedes dejar de seguir leyendo porque esto no va contigo)
Por tanto, seguramente te tildes a ti mismo/a como una persona que cumple con el mínimo de atención necesaria a las personas que te rodean. Ojo, que no estoy diciendo que te vuelvas el Dalai Lama del barrio. Me refiero a normas básicas de convivencia, como saludar a los demás.
Supongo que la respuesta es sencilla: estarás pensando ahora mismo «pues claro que sí, por quién me has tomado».
Y ahí es a dónde quiero llegar. Ese es el dedo que quiero (voy) a hurgar en la herida. En tu herida y en la mía. Porque los paños calientes los he olvidado en casa, y escribo con toda la artillería. No se hacen prisioneros.
Pues vayamos al reto en cuestión. La próxima vez que vayas a coger un autobús, quédate el último en la cola. Y observa….
Si no ves nada raro, ya vamos mal. Pero por si acaso, soy yo el que doy las pistas y te cuento.
Fíjate en lo que hace el personal al subirse. Lo más normal es que, unos tras otro, en una suerte de cadena de producción de fábrica, saquen su billete, lo pasen por la maquinita ticando el viaje, y a buscar sitio antes de que el autobús eche a andar (que si no, el castañazo puede ser de órdago)
Vale, supuestamente todo ok. Pero ¿no falta algo en toda esta ecuación? ¿Sigues sin caer en la cuenta?
Enga, desembucho: todo el mundo pasa al lado del señor autobusero/a (precaución, amigo el conductor…) sin dirigirle un mísero buenos días (o tardes o noches, según toque). Por lo general, nadie, absolutamente nadie, salvo excepciones contadas, tiene a bien levantar la mirada, dedicarle una sonrisa y demostrarle un mínimo de atención.
Punto pelota.
¿A ti también te pasa?
Yo te confieso que era de los que, por las prisas, no me daba cuenta de la falta de respeto que es ignorar así a una persona (que no vas a saludar a todos los pasajeros, pero digo yo que al conductor no cuesta tanto, ¿no?) Hasta que comencé a hacerlo. Y es acongojante la mirada de agradecimiento que te regalan por ese mínimo de empatía.
La carga mental.
Bueno, pues si sigues leyendo es porque lo que te acabo de contar te ha tocado la patata. O, al menos, le has visto un resquicio de lógica social.
Y si es así, me gustaría ir al meollo del asunto. Por lo que he sacado tiempo de donde no hay, para escribir estas líneas. Me gustaría hablar de tu participación con tu pareja en las tareas cotidianas del día a día. Seguramente si te pregunto si colaboras en casa, tu respuesta sea que sí (ya sabes, «por quién me has tomado»)
Perfecto, aceptamos barco… ¿como animal acuático? ¿Estás seguro de que estás a todo lo que hay que estar? ¿O nos estamos durmiendo en los laureles porque no alcanzamos a ver más allá de lo que damos por hecho?
Porque, hace apenas un minuto, todos nos santiguábamos como personas respetuosas, y, mira tú por dónde, quizás, y solo quizás, te he sacado un poco los colores con nuestro querido autobusero.
Entonces, ¿con las tareas del hogar pudiera pasar lo mismo? Tic, tac, tic, tac….
Pues yo no sé tú, pero yo te voy a contar mi experiencia.
Yo me las daba de muy progre en ese sentido. Para mí, el machismo es algo que debiera ser caduco, perteneciente a una España de blanco y negro (aunque, por desgracia, y pese a los avances, sigue presente a todo color) Y por supuesto, yo, una persona socialmente comprometida, era el primero en encargarme del día a día del hogar junto con mi mujer. O al menos eso pensaba yo.
Pero el problema es que nos queda mucho por aprender. Y viniendo de una época tan casposa, cualquier avance sabe a gloria. Aunque, si lo piensas, quizás no sea suficiente.
¿Quién lleva la carga mental en tu casa? ¿Quién está en los grupos de padres del cole? ¿Quién tiene la lista del Mercadona en la cabeza? ¿Quién controla la ropa que hay que comprarle a los peques? ¿Quién supervisa las manualidades del cole? ¿Quién prepara el disfraz de la fiesta de Halloween? ¿Quién está atenta a los días festivos en la escuela para organizar la llamada a los abuelos? ¿Quién anota los cumples de los amiguitos de la clase?
Ruido, ruido, ruido….
Si eres de los que participa en todas estas actividades, enhorabuena. Pero, quién sabe, a lo mejor te has sentido un poco abrumado conforme ibas leyendo.
Porque colaborar en casa no es solo quedarse con los niños. Como dice una buena amiga, eso es quizás lo más fácil. Es directo y sencillo. A tiro hecho, presencia física, aquí y ahora. Pero cuidar de los peques tiene mucho más trasfondo. Es controlar todas las variables, presentes, pasadas, futuras. Es una extenuante carga mental.
Por lo tanto, colaborar en casa es hacerte portador, a igualdad de condiciones, de todo ese ruido que , generalmente las mamis, echan sobre sus hombros.
Y por desgracia, muchas veces (entono yo el primero el mea culpa) no sabemos ver ni valorar.
¿Y quién sale beneficiado?
Este año laboral tomé una decisión. Los martes y los jueves pasaba las tardes en mi casa. A tomar viento la bicicleta. Que sí, que seguiría trabajando, pero desde mi hogar, sintiendo el calor de mis hijos. Tratando de relevar a mi mujer de la presión de la carga mental.
Porque cuanto más tiempo pasas en tu casa, más consciente te haces de todo lo que hay que hacer. Y ya no puedes mirar a otro lado. Te vas empapando de lo que se cuece. Te vas integrando en todo lo que toca sacar adelante.
Y en estas que viene el regalo sorpresa. Yo lo hice pensando en mis peques y mi mujer. Estafado por mi ego, lo hice a modo de divina deferencia frente a los demás. Oyes, mira tú qué considerado. Pero nada de eso. Se hace porque es tu obligación. No ayudas a nadie. Se ayuda cuando te haces cargo de algo que no es tu responsabilidad. Y la casa y los niños son también tu responsabilidad.
Pero es que, además (toma castaña) cuando lo pones en práctica, te das cuenta de la verdadera entidad de tus actos. Lo haces por ti. Porque no todo es trabajo y tú también necesitas respirar hogar. Eres el gran beneficiado, ya que liberas tensión, te obligas a relajarte y te permites disfrutar con los demás.
De pronto, es más fácil conectar contigo mismo y ser feliz.
Piénsalo, lo importante no es que el conductor del autobús se sienta agradecido, lo importante es que descubras que tú también disfrutas de su sonrisa en un mundo tan mecánico e impersonal.
Sirvan estas palabras como escritura elevada a público para que tenga efectos frente a terceros y sea fácil de recordar. Y a quien le pueda interesar, solo tiene que obtener una copia autorizada que fácilmente se podrá sellar.
Agradezco a mi amiga Pilar, y por supuesto, a mi querida esposa, todo su afán por hacerme entender y convertirme en mejor persona.
El camino se hace andando, y ahora toca dar ejemplo y actuar.