EMPEZAR EL DÍA JUGANDO AL PILLA PILLA
Cada mañana la misma rutina. El punzante saludo del despertador, una ducha rápida y a disfrazarse de abogado. Zapatos, pantalones, camisa y chaqueta planchadas e impolutas. Aspecto formal, impertérrito y serio. Como mi cara, tatuada con las batallas y preocupaciones del día a día.
Luego toca dejar al peque en el campamento de verano. Sus ojos tristes me gritan “papá no te vayas”. Como cura a su pena le propongo jugar al pilla pilla. Hay trato. Sin ni siquiera ampliar la oferta Marco, Carlos, Martín y Lisardo también firman el acuerdo. El negocio ha tenido éxito.
Siguiendo el olor de sus risas trato de alcanzarlos. Y mientras corro se me van cayendo el trabajo, los hospitales, la hipoteca…….. y las vestiduras: el traje de adulto.
Me quedo desnudo, como un niño. Desnudo sin complejos ni formalidades. Sin apariencias ni artificios. Desnudo sin los “qué dirán”. Como única piel la curiosidad, la alegría y la vitalidad.
Mientras juego, algún padre me mira con extrañeza, dibujando la distancia, no vaya a ser que esa suerte de bendita locura sea contagiosa.
Y los peques no paran de correr, impidiendo que ningún miedo les de alcance.
Ya están inmersos en su mundo, ajenos a mi presencia. Quiero decirle adiós a mi hijo, pero es inútil, ni se da cuenta. Toca ir a trabajar, pero antes me tengo que recomponer. Aún jadeo, la edad no perdona. Y me he despeinado. Vaya, la camisa se ha arrugado. Como mi cara, de sonreír, de felicidad.